A más de cuatro
años de la gran crisis mundial estalló, es evidente
que las estrategias de salida han sido equivocadas y han fracasado.
Más aún, las posibilidades de profundizar y prolongar
el estancamiento en las mayores economías del orbe son muy
elevadas, mientras que, por oleadas y por diferentes rumbos del
planeta, los riesgos de la ingobernabilidad y la violencia armada
se incrementan.
Las políticas de austeridad impuestas por
las grandes corporaciones financieras, las agencias calificadoras
y los gobiernos designados o electos, han destruido las capacidades
de producción, las posibilidades de inversión y de
recuperación.
Así, la crisis continuará durante
el año que inicia y hay pocas expectativas de que los países
centrales reanuden su crecimiento y menos aún de que disminuyan
las históricas tasas de desempleo. El capitalismo dominado
por las finanzas alcanzó nuevos límites en su confrontación
con organizaciones políticas más democráticas.
La incertidumbre social y política ha puesto en alerta por
todo el mundo a intelectuales y organismos políticos, preocupados
por las contradicciones abiertas en las sociedades democráticas
más avanzadas. La propia situación en los mercados
financieros agudiza la incertidumbre, de manera que el 2012 será
altamente incierto, y sobre todo volátil, en medio de relevos
políticos que tendrían que cambiar prontamente el
rumbo económico, frente al riesgo del extremismo político.
Más temprano que tarde, toda esta confluencia
de incertidumbres económicas y políticas, incidirá
de manera brutal sobre aquellas economía nacionales que aún
no han sido arrastradas del todo a la vorágine de la crisis,
el desempleo y la frustración social, aunque sobran síntomas.
En esta perspectiva W. Marshall argumenta, cómo
ha estado operando ese proceso en Estados Unidos. Las políticas
de austeridad impuestas en América Latina desde los años
ochenta, bajo las exigencias del Consenso de Washington, ahora con
argumentos algo diferentes, pero con el mismo objetivo, se están
imponiendo en Estados Unidos, bajo el imperativo del Consenso de
Wall Street. Estas políticas avanzan y han adquirido prioridad
en la Unión Europea. Socavando mas de cincuenta años
de “capitalismo democrático”.
La crisis ha estado promoviendo, por diversos mecanismos,
una mayor concentración de la riqueza, sobre todo en el sector
financiero, lo que dificulta aún mas la salida, pero lo peor
es que contribuye a profundizarla. Los gobiernos están recurriendo
a estrategias que sólo benefician al sistema financiero,
dejando presos los intereses de la gran mayoría de los pueblos
a la rentabilidad de corto plazo de los grandes consorcios financieros
e inversionistas institucionales.
El efecto de esa transformación ha impactado
ámbitos decisivos de las condiciones de vida de la población
de los países centrales, las cuales parecían estar
a salvo de las turbulencias económicas. En este contexto
la respuesta no se ha hecho esperar y los sectores cada vez mas
empobrecidos y vulnerables han salido a la calle a mostrar su descontento
y oposición contra el poder financiero y político.
Están dejando en claro que éste último ya no
representa en ningún sentido los intereses de grandes sectores
de la sociedad, y menos del mundo del trabajo.
Por otro lado, esta transformación igualmente
está dejando ver que la elección de gobiernos, en
varios países, está girando hacia la derecha. Esta
situación está anunciando una mayor exasperación
en la sociedad, ante la imposibilidad de superar las dificultades,
como se puede confirmar en Inglaterra y ahora España, así
como en el relevo político en Grecia e Italia. Lo que muestra
que la crisis económica ha permeado la vida política
y social, escalando el conflicto, como lo sugiere la colaboración
de Lichtensztejn.
En este panorama desolador, los economistas del
mainstream, han mostrado su complacencia por continuar minimizando
hasta desaparecer un principio ético, que exige toda profesión.
Práctica imprescindible, ya que la toma de decisiones que
promueven sus elaboraciones teóricas, definen las condiciones
de vida de la población, sin asumir la responsabilidad que
conlleva determinar la suerte de millones de personas.
Finalmente en la sección Clásicos,
resulta oportuno e importante la colaboración de Chapoy que
pone al desnudo los mecanismos de poder económico y político
de las grandes corporaciones, contra países, en este caso
latinoamericanos hace casi cincuenta años. Análisis
que advierte, como se estuvo poniendo en juego la soberanía
de los países.
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