A veinte años de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) los resultados han sido muy dispares, aunque también hay que advertir que no todas las mayores y nuevas brechas se explican exclusivamente por dicho tratado. Quienes han sido  más afectados en estos veinte años son precisamente las sociedades en general y los trabajadores en particular de los tres países, aunque con sus diferencias.

Los mayores beneficiados han sido un pequeño grupo de grandes corporaciones que, en la dinámica de concentración creciente y reducidísima  creación de empleo, han contribuido para hacer más errática la dinámica de las economías en su conjunto. En el caso de México y en menor medida en los otros dos países, se han roto los encadenamientos productivos nacionales, los sectores económicos se encuentran cada vez más desarticulados y varios han sufrido una involución de alto riesgo para los países. Lo que ha sido acelerado por la drástica relocalización productiva hacia regiones donde tanto la fuerza de trabajo como las materias primas son de bajo costo,  sobre-explotando los recursos humanos y naturales. El nivel de la inversión se ha estancado, pero no ha sido por falta de liquidez, sino por el efecto de la persistente caída de la demanda,  la alta concentración de la riqueza y el ingreso y la generalización de las políticas de austeridad.  Todo ello ha venido reforzando el poder y hegemonía del sector financiero, contribuyendo a distorsionar aún más las economías naciones y regionales. Pero quizá lo más nocivo ha sido su inclinación a la especulación en los diversos ámbitos de las actividades económicas, desde el de las divisas hasta el de las commodities, pasando por el arte, los deportes o el cine,  hasta el estrangulamiento de las ciudades vía la deuda pública.

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